Por Dante Rafael Galdona
Autodidacta y apasionado
Hasta bien entrada su adolescencia, la vida de George Bernard Shaw no distaba demasiado de la de cualquier irlandés de la época. Hijo de un comerciante protestante tan pobre como irascible y con tendencia a desagotar impotencia a través del alcohol, resultando a menudo victimario de sus hijos y esposa, Shaw se vio obligado tempranamente a sostener económicamente a su madre y sus hermanas. Por tal razón sus primeros empleos parecían encaminarse a la repetición de una historia previsible. Pero la capacidad de los genios de torcer el rumbo de su propia historia hizo que probara como crítico de arte para un periódico londinense, lugar a donde mudó su residencia junto a su madre y hermanas en 1870, alejándose del implacable vicio de su padre.
Su educación hasta entonces fue tan errática y accidentada como su vida, pasando de colegios protestantes a católicos y concluyéndola en forma autodidacta.
Sus opiniones políticas nunca dejaron de retratar las injusticias de la sociedad en que vivió. El compendio teórico del marxismo lo sedujo de forma parcial, a tal punto que integró la Sociedad Fabiana, que luego degeneraría en el Partido Laborista británico pero que en sus épocas era una vertiente política que proponía el avance gradual de la sociedad hacia el socialismo, sin violencia y usando la política como medio, dentro de los límites de la democracia. A menudo se quejaba Shaw de las tendencias utópicas de otras vertientes del marxismo.
Algo absolutamente raro para su contexto histórico era su feviente defensa del vegetarianismo. Se consideró a sí mismo un caníbal hasta el momento en que cayó en cuenta de que comer carne era criminal. Tal “inmoralidad”, en sus propias palabras, fue a menudo tratada en su literatura.
Como periodista cosechó sus primeros elogios y sus columnas de crítica de arte rápidamente llamaron la atención de los entendidos, tanto por la erudición demostrada en su palabras como por la justicia con la que trataba sus objetos de crítica. Fue un refinado crítico musical, en las columnas dedicadas al género, asiduamente elogiaba los métodos compositivos del alemán Richard Wagner y los magníficos resultados de sus obras.
El camino de la crítica artística, que lo llevó a la crítica teatral, le mostró el sendero de su propia dramaturgia, y sus obras teatrales lo llevarían a obtener el reconocimiento merecido como un escritor de genio indiscutido.
Luego le seguiría un vasto repertorio dramático. La narrativa se la reservaría para las cartas a sus editores, a menudo malhumoradas y amenazantes pero exquisitas en precisión literaria.
Logró recuperarse del alcoholismo de su padre, de la pobreza durante sus primeros trabajos, de la carencia de interés del público en sus primeras incursiones literarias. No logró recuperarse de una caída desde un árbol a sus longevos 94 años.
Entre el hambre y el alcohol
La Irlanda de la segunda mitad del siglo XIX fue parte de una Europa que sufrió los embates de la revolución industrial, el incipiente capitalismo daba muestras de vitalidad y a la vez comenzaba a agrietarse como proceso histórico. Una hambruna generalizada acababa con una parte de la población y la familia Shaw no era ajena a la pobreza. Padre alcohólico, madre e hijos golpeados, pobreza. Un círculo del que intentarían salir emigrando a Londres, en ausencia del padre. Una educación desordenada pero compensada con entusiasmo. Trabajo para sostener a su familia. Un resumen de la vida de un Bernard Shaw con aspiraciones artísticas que no dejaba de mirar la convulsionada Irlanda y la poderosa Gran Bretaña, sus sociedades y sus errores, sus problemas políticos y su cacapacidad de transformación. Nunca dejó de participar de las contiendas políticas que se daban en torno a la autonomía de Irlanda y nunca se dejó llevar por la indiferencia ante la guerra. Se involucró activamente en el tratado anglo irlandés.
Comprometido. Por eso Shaw fue socialista. Sensible. Por eso Shaw fue crítico de arte. Erudito. Por eso Shaw fue premio Nobel.
Crítico y dramaturgo
Como para contrarrestar la idea falsa de que los grandes escritores son geniales de principio a fin, y de que se nace genio, George Bernard Shaw escribió cinco novelas que no lograron atravesar el límite del escritorio de los editores de la época, pero que luego de su reconocimiento el mercado se encargó de rescatar. Lejos de acobardarse, y con plena conciencia del valor estético de su literatura siguió su plan. Su críticas literarias le valieron el reconocimiento público y le abrieron la puerta para intentar su dramaturgia.
Prácticamente consideró a Ibsen sinónimo de teatro, y si bien sus influencias valieron a menudo fueron abundantes. Sus obras fueron una cabal síntesis de las circunstancias de época y Shaw las retrataba con un estilo profundo en sus críticas sociales sin dejar de ser entretenido y hasta divertido. Supo mezclar la más descarnada crítica de las injusticias sociales de la época (casi siempre universales y atemporales) con la más hilarante de las sátiras, a menudo recurriendo a chistes y retruécanos tan ocurrentes como sabios. También sus obras gozaban del privilegio de tener largas introducciones que explicaban y adelantaban los temas tratados, dando opiniones que luego serían objeto de grandes discusiones.
Quizá “Pigmalión” es su obra más famosa, la cual además le dio el Oscar por su versión adaptada al cine. “Comandante Bárbara” es un ejemplo del tenor filosófico puesto por Shaw en sus obras, pero le produjo una crítica negativa y enfrentamientos con los poderes fácticos de su época. La iglesia la consideraba blasfema y el poder político y militar irrespetuosa.
Estas controversias no fueron exclusivas de “Comandante Bárbara”, sino que en mayor o menor medida tiñeron todas las obras de Shaw.
Por suerte fue tan prolífico que el conjunto de su obra siempre tiene algo para ofrecer cuando se busca buen teatro para leer..